¿Recuerdas
aquella película que te hizo reír a carcajadas? ¿Aquel libro que consiguió
envolverte de tal manera que no pudiste contener las lágrimas? ¿Y el olor de las rosquillas que hacía tu madre?
Estoy segura
de que cada una de estas preguntas habrá evocado en
ti un recuerdo y, asociado a este
recuerdo, también una emoción. Posiblemente habrás destinado unos
segundos con la mirada perdida a
disfrutar de ese instante, de ese
recuerdo. ¡Puede que se te haya hecho la boca agua al recordar lar rosquillas,
o quizá pensaste… “rosquillas no hacía, pero galletas sí, o bizcocho”! ¡O, no
era mi madre, era mi abuela o mi tía la
que cocinaba de maravilla!
Lo interesante
es que tu cerebro ha buscado en el archivo ese momento y te ha permitido
recordar, revivir, volver a sentir esa emoción. Y es que nuestra vida se
archiva a través de las emociones, tanto
si son vividas en positivo como en negativo, ya que todas ellas son necesarias.
Por esta razón no nos dirigiremos a ellas como emociones “buenas” o “malas”.
Si has
conseguido experimentar ese momento de “hacerse la boca agua” te felicito. Por
un lado, porque seguro que has pensado en algo que recuerdas como riquísimo.
Confieso que a mí me pasa simplemente con pensar en ese típico puesto de
aceitunas a granel que hay en los mercados. Y por el otro, porque has
conseguido experimentar una sensación física, un cambio en tu biología, a
través de un pensamiento.
Tu mente ha
experimentado como real lo que tus recuerdos le han transmitido, ya que nuestra
mente no diferencia lo real de lo imaginario, y ha realizado cambios en tu
biología, en tu cuerpo, de manera que ha
puesto en marcha un mecanismo por el que has salivado. A través de una parte
del cerebro llamada bulbo y otra llamada ganglio cervical se han estimulado tus
sistemas nerviosos Simpático y Parasimpático que han estimulado a las glándulas
salivares para que produzcan más saliva ya que tu pensamiento le ha dado a entender
a tu cerebro que ibas a empezar a comer y uno de los componentes importantes de
la digestión es la saliva porque la
digestión empieza en la boca. Pero voy a dejarme de tecnicismos y te voy a dar
un ejemplo muy sencillo.
Una
situación cotidiana en la que tu pareja, hijo o
amigo se va de viaje y quedáis en que te llamará en cuanto llegue a su destino.
Calculas la hora aproximada de llegada y a medida que se acerca el momento te
preparas para esa llamada. El cuerpo empieza a ponerse en situación de alerta.
Imagina por un momento que la persona ha llegado a su destino, pero por
cualquier razón no hay cobertura, se ha encontrado a alguien y se ha puesto a
charlar, ha entrado a una tienda y se ha despistad, etc., y no te ha llamado en el tiempo que tú tienes como
referencia que tendría que llegar su llamada.
Puede que
seas de ese tipo de personas que no se alteran (¡No
news, good news). ¡Ya llamará! Quizá tomes la iniciativa y llames tú (a
grandes males grandes remedios), o tal vez seas de los que se preocupan, pero
esperes a que te avisen. En ese caso, y dado que la persona se ha despistado,
seguramente empieces a experimentar algunos de estos síntomas: inquietud,
ligera taquicardia, sudoración en las manos o
en casos más severos dificultad respiratoria,
lo que sería una crisis de ansiedad moderada
o severa dependiendo de la persona y de las vueltas que le quieras dar al tema porque en realidad tu amigo o familiar no está
en peligro ni ha sufrido un accidente, simplemente se ha despistado.
¿Qué te está
pasando? ¿Tus pensamientos han generado reacciones en tu cuerpo como la
taquicardia? Pues sí. Tus pensamientos han generado que tu cerebro se ponga en
alerta y de una respuesta. Ya sabéis que, como
animales que somos, estamos preparados para reaccionar ante situaciones
de estrés de varias maneras; las más
comunes son atacar o huir. En este caso, si has empezado a imaginar que la
persona estaba en peligro, seguramente
tu cerebro te está preparando para responder. ¡Pero, nada de esto está pasando!
¿Por qué mi cuerpo reacciona así? Por la sencilla razón de que el cerebro no
distingue lo real de lo simbólico, lo
virtual o lo imaginario. Sencillamente, si lo piensas reacciona como en una
realidad y reacciona. Como cuando has imaginado las galletas y has sentido sensación
de confort o felicidad y has salivado.
En cuanto la
persona te llama desaparece esa sintomatología, todo vuelve a la normalidad o
quizá no. Depende de la intensidad de las emociones vividas. Si no volvemos a
la normalidad es que hay alguna emoción que se ha quedado guardada y no hemos
expresado. Esto es lo que denominamos la
emoción oculta.
Quizá con un
“¿Jolines por qué no me has llamado?” ya quede solucionado porque lo que
llamamos preocupación, en tema de emociones, podríamos llamarlo ira o enfado,
aunque lo que seguramente se ocultaba detrás del enfado era tristeza. Tristeza por pensar “¿Que
sería de nosotros si le ocurriera algo a esa persona que queremos y de la que
esperábamos la llamada?”. Cabe apuntar a que esto es un ejemplo y que
cada persona vive las emociones de manera personal y en función de sus
experiencias.
Lo que
quería explicarte es que de la misma manera que la imagen de una rosquilla o
una situación de inquietud puede poner en marcha tu biología y desencadenar
salivación, taquicardia, dificultad respiratoria, etc. Cualquier otra situación
puede desencadenar otras reacciones como el dolor, una erupción en la piel o
una intolerancia o alergia.
Lo que está
claro es que tu cuerpo reacciona a tus pensamientos. La coherencia entre lo que
pienso, lo que digo y lo que hago es fundamental para una buena salud mental.
Seguiremos
hablando del tema y buscando el sentido. Creando nuestra propia vida.